miércoles, 3 de agosto de 2016

EL ARBOL, POEMAS DE GABRIEL ARTURO CASTRO



 
EL ÁRBOL,  poemas de Gabriel Arturo Castro

Desde  tiempo atrás me han atraído los temas y motivos de la naturaleza interior y exterior del hombre, según la conocida síntesis aristotélica, donde la psiquis y la realidad circundante forman un todo, una unidad interrelacionada, llena de conexiones y relaciones que varían, evolucionan y  cambian todos los días. Dicha metamorfosis es a veces invisible para el hombre que contempla los espacios y lugares que lo rodean. 

Siempre ha existido una dicotomía entre la naturaleza y el hombre, gracias a una visión antropocéntrica del mundo, aspecto que ha permitido el total dominio del hombre sobre su entorno, una doble condición de creación y destrucción. Esta visión judeo-cristiana, reforzada por la revolución mecánica, tecnológica e industrial, desconoce la existencia sagrada en los otros seres vivos que nos rodean, por ejemplo, animales y plantas, quienes no poseen principios espirituales propios. Los no humanos, en este caso, están desligados de nuestro origen, separados del mundo humano y por lo tanto pueden ser destruidos sin atenuantes morales. La contaminación es un  ejemplo, junto a la deforestación y pérdida de la biodiversidad, actividades realizadas por el hombre quien su razón práctica erradica lo que considera extraño a su naturaleza: la lógica del depredador, “cuya razón produce monstruos”. Dicho comportamiento pragmático ha llevado a la pérdida de contenidos vitales en la naturaleza, sobre todo el plano simbólico e imaginario de naturaleza humanizada. Hoy en día asistimos a todo lo contrario: la deshumanización del entorno propiciado por el racionalismo capitalista, profano, secular, de acuerdo al mito del “progreso”.

La cultura dominante ha impuesto una visión pobre y limitada de la naturaleza, según los modelos de consumo. Los seres que rodean al hombre entran sólo a tener valor de cambio y no valor de uso. Entre ellos están los bosques y el árbol, cuya existencia es de un valor esencial para el hombre. Es la encarnación de la vida, el punto de unión del cielo, la tierra y el agua, el eje sobre el cual se organiza todo el universo. Los antiguos pueblos creían que el árbol estaba imbuido de gran cantidad de energía divina creativa. Los bosques llegaron a simbolizar el misterio y la transformación, la longevidad, la inmortalidad, la regeneración y el renacimiento, además de sus propiedades curativas. Desde el inconsciente colectivo el árbol es el centro del Paraíso, el origen de la vida, lugar de paz y refugio, un lugar donde se hallan afectos, secretos y recuerdos, una memoria activa del cada hombre acerca de la armonía, el crecimiento espiritual, el saber, la manifestación del sol, la madre tierra, la fuerza vital invisible que duerme, la iluminación, la fertilidad. 


El árbol es casi para todos los pueblos y culturas del mundo el símbolo del universo, el soporte, el origen y el conocimiento. Con él se simboliza toda una cosmovisión que expresa un carácter sagrado del mundo, de la vida y la naturaleza. Su figura contiene los tres niveles cósmicos: inframundo (raíz-Madre- Tierra); tierra (tronco-fertilidad) y cielo (copa-los cuatro rumbos). Ha significado eje del mundo, ceiba sagrada, sostenimiento del cielo, columna de la tierra, cordón umbilical, centro del mundo y  libro de los destinos. Para James Frazer algunos árboles están dotados de alma, lo que les permite ser “poesía viva”, gracias a su extensión vertical, mirada aérea, textura de sus nudosidades, sus ramas virtuosas,  su perfecto orden interior y su idioma, que según Eduardo Cote Lamus, anudan letras en sus troncos. Alguna vez José Eustasio Rivera escribió en “La Vorágine” acerca de la extracción del caucho: 
                                               
Mientras rodeo el tronco para recoger el líquido con la varilla acanalada del carana y guardar sus trágicas lágrimas en el recipiente, la nube de mosquitos que la defiende chupa mi sangre y la templada bruma de la selva me cubre los ojos. De este modo, el árbol y yo, cada cual con su tormento, derramamos lágrimas ante la muerte y luchamos cuerpo a cuerpo hasta sucumbir.


PERSEGUIDOR

El perseguidor de la montaña no necesita de lazo,
ni la trampa, ni el dulce metal fundido de una
ballesta. No. Sólo le basta lanzar las astillas de la
palma para cazar los pájaros nocturnos.

FOGONERO
                          
El fogonero, cuando prendía la hoguera de roble,
solía mirar a la mariposa de fuego que brotaba
con sus tildes rojas y las dos gotas de aceite quemando
el vivo paisaje de la noche.
Al final, extinta la llama, únicamente podía ver un
puñado de líneas delgadas sobre la ceniza.


                                   EMBRIAGUEZ

                                   El hombre del bosque cortó la sombra del viejo árbol,
aquel e speso ramaje que sostenía la embriaguez de los
pájaros de diablos y lunas, y al mono aullador fijando
su voz ebria sobre la copa o la corteza.
De la tala surgió un misterioso árbol, segunda reunión
de espigas, madura sombra, extensa y cierta.
Ahora la flor seca huele a vino rancio.



TRAMPA

           La perdiz camina alrededor del árbol dulce,
           raíces amargas disfrazadas de aromas,                                 
           frutos agrios vestidos de miel silvestre.
           Trampa de copa ancha y tronco corto,
            la perdiz se acerca al árbol para ser cazada.




            BOSQUE

Quizás el brujo viaje a buscar al árbol calmante
de la sarna, a rezar frente al abuelo revivido dentro
de un roble infestado de abejas, a descubrir el lugar
donde los follajes ocultan los cuernos del ciervo o a
seguir dialogando cerca al hombre árbol, el árbol que
habla de la mujer durmiente bajo su espectro. O quizás
el brujo extraviado por siglos entre el bosque siga
juntando ramas para formar una montaña.

JUANA DE ARCO
           
Al pie de la casa de mi padre se ve un bosque, cima de monte, madriguera del sol descendiendo. Allí los enfermos preguntan por el árbol de la fuente que los sana.
Ellos son fuertes cuando caminan sobre la colina, decididos al cruzar el campo. Pasean alrededor del árbol, sujetan las guirnaldas de sus ramas y hablan de la vigilia, del paraíso al extremo del cielo, del sueño vuelto llama y ceniza.
No son adeptos a la inmortalidad, llevan la palidez, el final en su propio vientre. No sé si transitan por la edad de la razón, pero les oí murmurar que de ese tronco saldrá una joven, una heroína creadora de milagros.
Desde entonces elegí mi destino junto al árbol.


                                                 

           ENTRE LA SELVA Y EL HOGAR        

No midieron su viaje entre la selva y el hogar. El algún lugar del mapa tocarán con las manos el suelo de su origen y lo reinventarán todo, la raíz oscura, lenta y verdadera, el mapa de todas las grutas, el musgo ceñido a la garganta, la idea de otra edad en expansión, la afilada indecisión de un límite.
Su sitio en el paraíso será feriado, junto a su sed por el zumo de sandía, el bosque de cuerpos luminosos.
                                                                                           





















¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...