lunes, 28 de enero de 2013

MI XPERIENCIA PERSONAL CON EL NADAÍSMO


Por William Marín Osorio

William Marín Osorio, Profesor Asociado y de Literatura Universidad Tecnológica de Pereira, Magíster en Literatura Hispanoamericana Instituto Caro y Cuervo, Director Semillero de Investigación Revista de Literatura Polifonía.

 

El poema es un objeto hecho del lenguaje, los ritmos, las creencias y las obsesiones de este o aquel poeta y de esta o aquella sociedad. Es el producto de una historia y una sociedad, pero su manera de ser histórico es contradictoria. El poema es una máquina que produce, sin que el poeta se lo proponga, anti-historia.

Octavio Paz


Los años escolares  

En mi adolescencia asistí con un grupo de compañeros del Colegio Rafael Uribe Uribe a muchas manifestaciones del Nadaísmo aquí en Pereira.  Corrían los años 80 y nuestra generación era la de unos estudiantes que veían ilusionados ciertos cambios en la cultura, cierta renovada forma de ver el mundo influenciada quizás por un nuevo estilo en la manera de enseñar de unos profesores progresistas: recuerdo especialmente a Gladys López Jaramillo y a su hermano, el escritor Eduardo López Jaramillo –de quien tengo la imagen de su presencia aristocrática por los corredores del colegio, llevando consigo muchos libros y conversando con el entonces rector Humberto Bustamante quien animó muchas veladas culturales en nuestra institución-, Rubén Darío Sierra, Alcides Pérez, Ramón Echeverry Peláez, profesores de Español y Literatura, quienes permitieron que naciera en nosotros una fe por la palabra como medio de expresión de nuestro mundo interior.  

El Primer Manifiesto Nadaísta (1958), anunciaba desde uno de sus postulados “Destruir un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden”, buscando crear conciencia en el ciudadano sobre el mundo social y político que habíamos heredado del denominado Frente Nacional, una especie de tregua a la violencia bipartidista que azotaba al país desde El Bogotazo y que significaba la alternancia en el poder de los partidos políticos tradicionales; el Frente Nacional era entonces una forma de la exclusión de otras voces, de otras formas de la disidencia, lo que significó más violencia y más injusticia en un país mayoritariamente católico.  Así, el Proyecto Nadaísta era el de un espíritu crítico y rebelde, frente a la realidad de una sociedad colombiana empecinada en postergar para siempre la experiencia de los ideales de la modernidad, especialmente en los campos de la libertad en las ideas y la expresión de la dignidad humana en todos los escenarios de la vida nacional, una sociedad colombiana precipitada por sus clases dirigentes a la polarización entre los desheredados –vastas masas de marginados- y las élites políticas y económicas. 

Estas reflexiones surgían de las aulas de clase, en esos salones del Uribe, un colegio que ocupó en aquella época un sitial importante en el orden de la cultura local.  Fue la época en que García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura.  Recuerdo que el año 1982 fue de un impacto fundamental en nuestras conciencias de entonces.  En nuestro colegio ya veníamos leyendo a García Márquez desde hacía varios años, y sabíamos de la importancia de su palabra. Se hacían obras de teatro alrededor de sus novelas con el profesor Rafael Antonio Marín, y de la Universidad Tecnológica de Pereira nos visitaba el grupo de teatro que dirigía Antonieta Mercury, un grupo de teatro que lograba impresionar a unas mentes jóvenes con el episodio de La Masacre de las Bananeras, episodio protagonizado entonces por la United Fruit Company y por un brazo armado oficial que defendió los intereses de la compañía bananera frente a los intereses de la clase trabajadora.  García Márquez había pertenecido a Mito, un movimiento estético que buscaba un orden, en el contexto humanístico, en el horizonte de la violencia entre partidos que ya cobraba miles de víctimas en el país después de El Bogotazo.

El episodio de El Bogotazo era recreado de una manera magistral por nuestra profesora de Historia, la profesora Rosalba Salazar, quien nos llevaba a la biblioteca del colegio a escuchar la voz poderosa y vibrante del gran orador liberal Jorge Eliécer Gaitán.  No alcanzaríamos a comprender entonces las repercusiones en nuestras sensibilidades de semejante experiencia con la palabra del caudillo liberal asesinado por las fuerzas oscuras de la época.  Y no alcanzaríamos a comprender tampoco, y sólo los años nos ayudarían a entender esto, cómo la literatura y el arte se convertirían en nosotros en bastión para liderar desde la estética esa revolución invisible que tanto pregonara Jorge Gaitán Durán.  Recuerdo que una vez leímos en clase el discurso de Gaitán en el Congreso de la República sobre La Masacre de las Bananeras y cómo éste señalaba con nombre propio al autor intelectual, un general de la república como determinador de este cruento acontecimiento; nos preguntamos ahora, si ese discurso no sería determinador también del crimen de Gaitán como uno de los episodios más oscuros de la historia de Colombia. 

Así pues, en nuestra época del colegio, por los años 80, fuimos testigos de las repercusiones sociales, políticas y culturales de dos grandes movimientos estéticos y políticos que liderados desde la estética determinaron un fluir de la conciencia progresista y moderna frente a las incertidumbres del diario vivir del ciudadano de a pie.  Estoy hablando de Mito y del Nadaísmo.  El primero fundado por Hernando Valencia Goelkel y Jorge Gaitán Durán y el segundo por Gonzalo Arango.  Dos visiones del mundo, dos enclaves espirituales de hondas repercusiones en la historia del pensamiento colombiano.

Recuerdo que en diferentes ocasiones fuimos convocados por la fuerza del movimiento Nadaísta; una mañana en el colegio Inem Felipe Pérez, el aula máxima estaba a reventar de una juventud deseosa de conocer a los protagonistas de este movimiento espiritual y político, flujo y reflujo de la palabra.  Y después de un enérgico discurso de Elmo Valencia, un joven alto y combativo preguntó:  ¿Entonces qué es El Nadaísmo?  Y el orador respondió inmediatamente, sin mayores preámbulos:  Nada.  Recordemos que el término Nadaísmo había sido utilizado por primera vez por Gonzalo Arango en el año de 1958 en su Primer Manifiesto Nadaísta, y la idea era fundar un movimiento rebelde e iconoclasta que fuera una protesta social contra un régimen de cosas imperante, contra una sociedad caduca y retrógrada. Todos quedamos estupefactos con ese monosílabo, muchos soltaron la carcajada ante tan elocuente respuesta de Elmo Valencia. 

Luego fuimos convocados en innumerables ocasiones por la palabra poética de los creadores de carne y hueso que vivían entonces y que nos visitaban en nuestra ciudad, escuchamos su voz en diferentes escenarios como la sala de música del Banco de la República, el teatro de Comfamiliar Risaralda en donde, bajo la tutela del poeta Eduardo López Jaramillo, entonces director de La Sociedad de Amigos del Arte conocimos a varios poetas y escuchamos la poesía inspirada por sus musas:  Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar (X504), Eduardo Escobar, poetas de perenne peregrinación por la geografía ardorosa del poema erótico, por las aguas turbulentas de un país secreto y soñado, poesía contestataria del poder, emblemática y sarcástica, habitada por el humano dolor y por la carcajada crítica que cuestiona al mundo y al hombre pues: 

(…) Una cultura solitaria, desvinculada de los intereses universales, es imposible de concebir. Nadie puede evadirse, ni eludir el papel que representa en el mundo moderno. Todo se relaciona de una manera profunda en esta época en que el simple hombre encarna una misión en la historia: su acción o su indiferencia implican una conducta de inmensas responsabilidades éticas, y al aceptarla o negarla, se salva o se condena. (…) Hemos renunciado a la esperanza de trascender bajo las promesas de cualquier religión o idealismo filosófico. Para nosotros éste es el mundo y éste es el hombre. (...) Nosotros creemos que el destino del hombre es terrestre y temporal, se realiza en planos concretos, y sólo un dinamismo creador sobre la materia del mundo da la medida de su misión espiritual, fijando su pensamiento en la historia de la cultura humana. (Gonzalo Arango. Primer Manifiesto Nadaísta).  

Siguiendo esta tradición en nuestra ciudad y en el marco de la sexta versión del Festival de Poesía Luna de Locos que dirige Giovanny Gómez, se llevó a cabo el año pasado un homenaje a los poetas Nadaístas; en el evento se contó con la presencia poética de Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar y Eduardo escobar, un merecido homenaje al movimiento Nadaísta, algo que también había hecho en su momento la revista Mito al dedicar uno de sus números al Nadaísmo.  Seguirá siendo este movimiento de vanguardia una influencia importante en buena parte de nuestra literatura, especialmente a lo que atañe a su espíritu de rebeldía en las formas y en el contenido.

Mito y El Nadaísmo:  Una historia de cruce de caminos          

Hay una serie de voces significativas que se encuentran antes y después de dos momentos claves en la poesía en Colombia:   Mito y El Nadaísmo, con sus diferentes manifiestos.  El primero, liderado por Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel quienes fundan en el año de 1955 la Revista Mito, una revista que contó en su comité editorial y patrocinador con los escritores Vicente Aleixandre, Luis Cardoza y Aragón, Carlos Drummond de Andrade, León de Greiff, Octavio Paz y Alfonso Reyes. Gaitán Durán, quien había regresado al país con una formación europea, quiso hacer un llamado a la reconciliación de la nación a partir de la palabra y del conocimiento profundo del origen de nuestra historia de violencia e injusticias sociales; La Revista Mito abrió el pensamiento colombiano a los más diversos acontecimientos nacionales e internacionales, ejerciendo una influencia significativa en grupos como El Nadaísmo, a este respecto Armando Romero señala: “(…) Mito fue el orden estructurador de una rebelión de la conciencia que posibilitó el desorden romántico vanguardista del nadaísmo.” (1985).  El Nadaísmo, fue un llamado a la desintegración de una sociedad caduca y sinsentido ahogada en el baño de sangre entre partidos, recrudecido con el asesinato del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán, símbolo de la exclusión desde lo político en el escenario social de vastos sectores de la población colombiana. 

Tanto Mito como El Nadaísmo, fueron epígonos, en sus diferentes momentos históricos de dos formas de ver la realidad nacional a partir de la poesía.  Quiero destacar de ambas visiones estéticas, políticas y sociales, que se tejieron al ritmo de nuestras vicisitudes políticas y sociales, su necesidad de mirar al hombre y sus circunstancias.  Es importante destacar que los Nadaístas publicaron la Revista Nadaísmo 70 (1970-1971) que fue su medio de expresión para ejercer una ruptura con el ambiente literario de la época, por ejemplo contra el grupo El Centenario que expresaba a la élite intelectual que detentaba el poder político. Pero quizás fue muy significativo que este movimiento ejerciera su magisterio desde influencias tan importantes como el surrealismo y el existencialismo, de allí que en sus páginas se publicaron textos de Sartre y Camus, para poner en perspectiva su pensamiento con la crítica a los problemas de la época.

Si bien el movimiento Nadaísta constituye un referente clave para interpretar a la generación del Frente Nacional, sí es significativo el hecho de que escritores como Gonzalo Arango, Jota Mario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar, Fernando González –animador espiritual del Nadaísmo-, hicieron de la palabra poética una fiesta del lenguaje y una forma de la crítica social a las costumbres de una Colombia secreta, conservadora y anodina.  Este referente es fundamental en una historia de la poesía en Colombia.  El Nadaísmo buscaba como respuesta a esa sociedad que cuestionaba, la destrucción del poema y la sociedad que lo habitaba, su estética fue una antiestética, en mi concepción una propuesta de barbarie y provocación inusitada en contra de los principios universales de la poesía, con algunas excepciones como la del poeta Jaime Jaramillo Escobar.    

Las palabras de Gaitán Durán “todo edificio estético descansa sobre un proyecto ético”(1955) en el contexto de la situación política y social de la Colombia de los años 50 y del presente, advierten que el artista tiene un proyecto humanista de grandes repercusiones, pues el artista tiene un compromiso con el hombre y con el arte, pues hay una simbiosis entre el arte y la vida, y en este sentido las conductas humanas del artista repercuten inevitablemente en su creación.  Gaitán Durán con su revista nos puso en contacto con Europa, y fue el inicio de nuestra primera vanguardia, es decir, el inicio de nuestra modernidad en los campos de la crítica y de la estética, herencia de la tradición simbolista, una tradición que tocó el alma del poema en su estructura, pero también el alma humana en su condición social y política, como lo expresara Mito(1955-1962) en sus manifiestos, especialmente desde la perspectiva del intelectual comprometido con el hombre, con su tiempo.

La Revista Mito(1955-1962) nos hizo contemporáneos del mundo, allí se publicaron obras de escritores hasta entonces desconocidos en nuestro panorama intelectual:  Carlos Fuentes, Octavio Paz, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre;  traducciones de la obra de Sartre, Lukács, Husserl, Camus.  Este proyecto de modernidad nos condujo por la senda de la libertad poética y creativa.   García Maffla señala al respecto: 

           Habría que hablar de Jorge Gaitán Durán como de la lucidez de la pasión, que se ha hecho herida y visión; coetaneidad real con el mundo, duelo de la mirada para que el país intelectual abriera sus ojos a un imperativo de humanidad y de autenticidad. Y si habló de lo pasado y de lo extranjero fue bajo la exigencia de una apropiación, de una evolución intelectual y vital de la cual -europea e hispanoamericana- se había apartado Colombia, a espaldas del signo de la modernidad: Heidegger, Marx, Camus, Durrell, Pizarnik, Freud, Breton, Borges, Bataille, Sade, Cernuda o Paz, se aunaban gracias a Gaitán Durán en una visión nueva con lo que era colombiano. Su apuesta fue a la vez crítica y poética, como su obra fue diálogo con el fluir universal, afirmación de la cifra del tiempo e iniciación, tanto de una europeización real como de una auténtica hispanidad. Para nosotros, por figuras como la suya, el siglo XIX quedaba, al fin, atrás. (García Maffla, 1999).

En su estudio de la poesía colombiana de 1940 a 1960, Armando Romero(1985) plantea entonces que Silva será el emblema de la modernidad literaria del país, que su obra será fundadora de una nueva estética y que se hace heredera del romanticismo europeo.  Silva empieza a centrarse en el lenguaje, herencia del simbolismo; pero su clave estética también hay que descifrarla desde su cosmopolitismo, representado en el poeta José Fernández en De sobremesa (2003).

Con respecto a Mito, Romero ve a este grupo más como una expresión del intelectual comprometido que como un movimiento poético, por ello lo estudia como un movimiento de pos-vanguardia:   Romero señala:

Si se mira desde un punto de vista muy amplio, la posición de “Mito” con respecto a la poesía es la de una abertura cada vez mayor hacia ese tono de vibrante inteligencia y aguda sensibilidad que es característico de la posvanguardia, en la cual una mesura de la expresión va acorde con un rigor de la conciencia para evitar que el poema se precipite por los abismos de la incoherencia o el hermetismo. (1985, 108).

Sin embargo, para Armando Romero El Nadaísmo es la única vanguardia en Colombia.  Quizás se hace eco entonces de la vanguardia como ruptura con la tradición, como enfrentamiento con el presente y crítica del pasado.  Gonzalo Arango lo expresa así:  “El nadaísmo es un espíritu revolucionario que excede toda clase de prevenciones y posibilidades” (Arango, 1974: 16). (…) “No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución, y que fundamente por su consistencia indestructible, los cimientos de la nueva sociedad” (Arango, 1974: 39). Para Arango con El Nadaísmo surge el único movimiento literario en la historia de Colombia. 

En este sentido, siguiendo a Eduardo escobar, la vanguardia del movimiento Nadaísta:

Significaba una revolución en la forma y el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Tenían un extenso programa de subversión cultural (estético, social, religioso), que apoyándose en la duda y en elementos no racionales y teniendo como arma la negación y la irreverencia, el desvertebramiento de la prosa y el inconformismo continuo buscaban el cuestionamiento de la sociedad colombiana. (Escobar, 1989: 1).


Estas son algunas coordenadas históricas para entender el movimiento Nadaísta y su relación de inevitable filiación crítica con Mito.  Dos movimientos estéticos y políticos que definieron el panorama de nuestra crítica y la puesta en marcha de un programa artístico en función del ascenso del hombre.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 

ALVARADO TENORIO, Harold (2007).  La poesía en Colombia ha dejado de existir.  En: Revista de Poesía Arquitrave.  Bogotá:  Azularte.

ARANGO, Gonzalo (1974).  La obra negra. Buenos Aires, Carlos Lohlé.

ESCOBAR, Eduardo (1989). Gonzalo Arango. Bogotá:  Procultura.

ESCOBAR MESA, Augusto (2003).  Armando Romero.  Aventura vital y goce poético. En: Cuatro náufragos de la palabra. Diálogo compartido con Héctor Abad Faciolince, Arturo Alape, Piedad Bonnett, Armando Romero. Medellín: Eafit.  

GARCÍA MAFFLA, Jaime (1999). Jorge Gaitán Durán 1925 – 1962. Palabra en situación. Bogotá:  El Tiempo.

PAZ, Octavio (1981)  Los hijos del limo.  Del romanticismo a la vanguardia. Barcelona:  Planeta. 

REVISTA MITO (1955-1962).  Bogotá:  Mito, Revista Bimestral de Cultura.

REVISTA NADAÍSMO 70 (1970-1971). Nadaísmo 70:  Revista Americana de Vanguardia. Nos. 1-8.

ROMERO, Armando (1985).  Las palabras están en situación:  un estudio de la poesía colombiana de 1940 a 1960.  Bogotá:  Procultura.

SILVA, José Asunción (2003). De sobremesa. Prólogo de Gabriel García Márquez. Madrid:  Hiperión.





  

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