sábado, 25 de febrero de 2012

SIETE CONVERSACIONES Y UN LIBRO




(A propósito de la antología “Sombra en  los Aljibes”)


Por: Jairo Hernán Uribe Márquez


Llega un libro a nuestras manos y es como si apareciera un desconocido a proponernos una conversación secreta. Sabemos, como lectores y conversadores enviciados, que es un interlocutor inevitable.No obstante la mutua voracidad que suponen estas citas, regateamos arduamente.

Por fin se produce el encuentro, nunca exento de complacencias y contrariedades. El desafío de fondo –cualquiera que sea- se resuelve también secretamente, sin testigos.

A veces los extraños se desextrañan y cambian de sitio, alterando las cómodas convenciones de escritor y lector. Éste es el caso. Leído el libro “Sombra en los Aljibes”  de José Luis Garcés González, le devuelvo mis lecturas como una excusa para iniciar y extender nuevas charlas.



PRIMERA: PANÓPTICO



Título: Sombra en los Aljibes. Género: Poesía. Autor: José Luis Garcés González. Monteriano. Ediciones El túnel 2008. 117 páginas. 21 cm x 14 cm. Carátula con solapas, en propalcote. Contenido: siete partes, ciento once poemas. Ilustraciones del pintor Moisés Paternina.

Título sonoro que evoca oscuridades. Sombra, aljibe. Aljibe es árabe: algúbb. Invita, como en las pesadillas, a lanzarse, a bucear profundamente, pero no en el agua sino al interior de la tierra. La carátula es extraña: el fondo general es terroso (ocre, marrón o zanahoria claro), pero la casa solariega y el árbol están en blanco y negro.

La contracarátula es rotunda, pues tiene árbol y poema. Ahí mismo un verso inquietante:



Un ojo roto flota en el agua del fondo”.



SEGUNDA: POÉTICAS



Con aire cabalístico, José Luis acomoda sus poemas en siete partes (jornadas, capítulos o libros), a las que presiden siete epígrafes provenientes de siete diversas tradiciones poéticas.

De esta forma: Drummond de Andrade es un tótem que señala los caminos de la creación; la cultura Zen rige proverbios y máximas vitales; Pacheco nos empuja a las memorias cotidianas y  personales del autor; Eliot extiende su brazo y nos muestra los itinerarios del legendario Río Sinú; Cardoza y Aragón convoca y permite los retratos cotidianos del autor; Sabines contempla horrorizado las estancias de barbarie y muerte que no reconocemos como país; y, finalmente, Rojas Herazo es el sacerdote que justifica los poemas entrabados en las mil formas maravillosas del deseo, las mujeres y el amor.

Uno diría que, además de influencias, esas voces sagradas son los ‘animales bravíos’ que gobiernan los motivos del poeta. Éste responderá, irónica y brevemente:



Con qué rapidez devoramos

lo que otro ha construido

con la tristeza de su corazón”.



TERCERA: AJUSTE DE CUENTAS

No sólo a lo largo y ancho del libro, también a lo hondo, JLGG hace prontuario de sus instantes esenciales y arregla cuentas con vivos y muertos por igual.

Con los muertos es implacable. Habiendo advertido que “cada uno es dueño de su propio naufragio”, se atreve a cuestionar la finalidad de esa sucesión interminable de seres y cuerpos. Con notable tono existencial alude a las ‘generaciones’ como un ciclo de ‘repeticiones’:

“Es la misma monotonía,

el mismo cansancio

de la carne que se pudre”.



Y entonces, consciente de que los antepasados viven en él como una forzosa e impagable cadena hereditaria, se rebela y proclama:



“He decidido

que conmigo finalicen

los eslabones de esa deuda”.



Se me ocurre pensar que, tal vez, esa deuda no finaliza en la materia (que no se extingue) y que la muerte no es el único y definitivo final. Como si leyera mis pensamientos, el poeta replica: “tienes que morir para continuar. No hay otra forma de proseguir el camino”.

La idea de pudrición, de disolución, resuena no solamente en los poemas sino, además, en los ‘itinerarios’ de los amigos muertos. Pero, ni siquiera en esos gestos  hay consolación. En el borde desolado de sus metafísicas, el poeta sólo puede admitir que todos somos “esa materia que se prende y que se apaga en los rieles de la vida”.





CUARTA: VIAJEROS DE RÍO



El ancestral Río Sinú –sus aguas, sus canoas, sus iguanas, sus barrancas y sus gentes- es universo de otras memorias.

Sabemos –a través de Jorge Luis- que el río  “se estira y bosteza como si regresara de una vieja borrachera”. Y también que el río  “por la noche duerme” y al hacerlo “cierra las pestañas de los peces”.

Lo que ignorábamos, hasta hace poco, es que los viajeros del actual río son “cadáveres amargos” que no sólo “van inflados de tiempo / arrugados de frío”, sino que son los mensajeros de una patria infame, “sin fragua en la conciencia”, un “país de muertos”, donde la muerte es “macabra flor de locos pétalos”.



Sólo cuando hicimos el viaje completo en la piragua mortuoria del poeta, comprendimos que en las riberas del majestuoso río se recibe  a los difuntos o a sus restos:



Con un cirio encendido

en una mortaja de amor”.



QUINTA: MUERTE PLURAL



La Patria, la guerra, la muerte, el dolor. En esta tetralogía sempiterna parece resumirse toda nuestra historia como  pueblo y como país.

Vientos amargos, nacidos en aquellas cuatro maldiciones, se empozan en los textos de JLGG: una lastimosa patria que es “un dolor en el costado y una cuchillada de lágrimas”; la guerra que hacen ‘otros’, en el país de ‘ellos’, mientras “la gente sigue llorando y callando”; la muerte, ostentosa y brutal (un gigantesco pie “sobre el pescuezo” de los inocentes), estacionada en los barrancos del río “a la espera de una lástima”; y el dolor  que da vivir en este “país de muertos”, la rabia que da insistir en esta “tierra de escombros” y la vergüenza de saber que no hay esperanzas sino solamente “sombra sobre sombra”…



Muy poco queda por agregar. “En este país la muerte es plural” se queja el poeta.



SEXTA: ROSTROS DE MUJER



Ante los saldos oscuros y siniestros que deja la muerte, el poeta se resiste. La sombra inveterada de su paso cede ante la contemplación de ciertos ojos y bocas y labios: “ciertos rostros de mujer”. El mirar –como el deseo- se desliza y arrastra entre las muchachas que dejan “sospechar sus cuerpos”.



Y entonces hay varios placeres, una declaración y dos elogios enardecidos.



Los placeres pueden ser: un balcón florido “para ver tus piernas”, una mujer que “es toda invierno” y viene a “ofrecerme su brebaje”; alguna belleza escondida que sólo puede  ser un “pequeño mar con sed” y el follaje femenino que “no se nombra y se aprieta en la profundidad de tu entrepierna”.



La declaración se hace para una entrega definitiva:



“Pero, también, yo soy tú.

Y si no estás tú, yo no soy yo,

pues eres tú todo mi yo,

el puño cerrado de mi corazón”.

Y,  como coronación de estas epifanías sensuales,  asistimos a tres elogios: Al día domingo, porque permite “que las muchachas muestren los muslos y sus oscuridades apretadas”. A las mujeres gordas, tiernas y frescas, que “huelen a limón azucarado”. Y un último y delicioso ELOGIO A WHITNEY (presagio que en estos días se transformó en Oración):



Labios de Whitney, agua o fruto

para esta vieja sed que nunca duerme”.





SÉPTIMA: SEÑALES BENIGNAS



Luego de múltiples escarceos con el libro (en buses, filas, cafeterías y ‘donde me cogía’ el deseo, como aconsejara el de ‘otraparte’) lo dejo en paz. Observo que está más ajado y un poco revuelto quizá.  Y por primera vez, se me antoja rara flor, llena de pliegues y dobleces que el mismo autor –acertadamente- conjura como “señales benignas”, ajenas a toda ignominia. “Flor de permanencia” –confirma José Luis- que incita al regreso y, claro, a la relectura.

Con esa admonición bienhechora elijo, para el repaso personal: LAS PALABRAS, REFLEXIÓN, SEÑALES BENIGNAS, CUMPLEAÑOS, EL MAR, METAMORFOSIS, ELOGIO DEL DOMINGO, NOSTALGIA DE LA BUENA, ELOGIO DE WHITNEY, LA NOCHE, DOS VECES, SOMBRA EN LOS ALJIBES, ALBORADA EN EL FESTIVAL DEL PORRO, LA NOCHE DEL RÍO, VIAJEROS DE RÍO, SER LO QUE NO SE ES,  ITINERARIO, FIDELIDAD, EL TIEMPO DE LA MUERTE, DE DÓNDE VENGO, ELOGIO DE LAS MUJERES GORDAS, CUERPO EN SILENCIO, DEL MIRAR Y SUS AFANES, ROSTROS DE MUJER.



El libro de poesía está conversado y maduro. Es un viejo conocido ahora, fiel a la noche, la memoria y la nostalgia.



En el abismo del aljibe, en vez del “ojo roto”, descubro –o quiero creer que descubro- una posible redención, acaso innecesaria:



la decisión de no decirle a nadie

que hemos hallado tierna luz

en nuestra zona de sombras”.



Nota: El texto completo del Libro “Sombra en los aljibes” de José Luis Garcés G., se puede descargar en la siguiente dirección electrónica:




Manizales, Febrero 24 de 2012.


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