jueves, 23 de junio de 2011

ALGODONES EN LA NARIZ / Daniel Padilla Serrato

Daniel Padilla Serrato
Prefiero las rarezas de los dormidos a las hazañas de los despiertos.
(Víctor López Rache)

Perdido en los meandros de la inconsciencia me arrastro a oscuras en el musgo del silencio hasta encontrar un sueño bajo los párpados. Una vez allí alimento la esperanza de libar el sudor negro de un árbol oculto en las grietas del no-ser. Tendido a la sombra de los muslos de la noche me vuelvo agua, soy infinito.

El sueño es una rosa —dicen los persas—, una fuente, un bosque, una filigrana de cenizas transparentes. Es el misterio de un alma que acaricia los espejos de la eternidad con una sed comparable a la de unos labios resecos por el desierto del día.

Visitamos un paraíso donde las cosas naufragan en armonía bajo la lluvia del tiempo, o se embriagan con abismos hasta que la materia se desmaya. Nos es dado probar tal manzana en esas horas nocturnas de incertidumbre y perfección. No hay arcángeles ni espadas de fuego. Todo es un profuso río.

Súbitamente, los reflejos líquidos de su caudal nos advierten de nuestra verdadera naturaleza: somos deidades de barro que la misma corriente en su incesante fluir deshace, condenados a despertar como castigo por haber probado El Fruto. Un primer haz de luz deja en la frente la marca del proscrito.   

En el destierro respiramos los infiernos del olvido.


Daniel Padilla Serrato, poeta y cuentista
  

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