viernes, 23 de abril de 2010

ACERCA DE "LO ESCRITO", de María Zambrano/ Gabriel Arturo Castro


Por: Gabriel Arturo Castro

Antes de los tiempos conocidos, antes de que se alzaran las cordilleras de los tiempos históricos, hubo de extenderse un tiempo de plenitud que no daba lugar a la historia. Y si la vida no iba a dar a la historia, la palabra no iría tampoco a dar al lenguaje, a los ríos del lenguaje por fuerza ya diversos y aun divergentes.

María Zambrano, Claros del bosque.

Entramos en los dominios de la filosofía como revelación poética. María Zambrano fue influida por Ortega y Gasset y su vitalismo, donde lo fundamental del ser es la vida, interpretada ésta como confluencia dinámica del ser ontológico y su situación socio-histórica. Hizo parte de ese pequeño contingente que enfrentó las insuficiencias heredadas de la Ilustración en el siglo XX, es decir, el optimismo radical en el poder de la razón y en la posibilidad de reorganizar la sociedad con base en principios racionales (expresión del despotismo, de la alta burguesía y de la pequeña aristocracia, cuya supremacía social trató de fundamentar). Junto a ella estarían los nombres de Walter Benjamin, Hermann Broch, Ludwing Wittgenstein, Franz Rosenzweig, Hermann Cohen y Stefan Zweig. Para María Zambrano toda la historia de Occidente debe ser entendida como una historia sacrificial. Más que crisis, lo que resalta es la orfandad. Un nuevo pensamiento surgió y propuso otra manera de entender la realidad distinta a la de occidente. Entre otros fundamentales asuntos, señalaron las insuficiencias del proyecto ilustrado, como la ausencia de diferencia como parte de la identidad y la marginalidad como parte del todo, y la necesidad de invertir la fórmula de Descartes: ser antes que pensar. Como le sucediera a Michael Foucault, Zambrano entró también en una relación con el límite, de lo excluido por la razón, en este caso el pensar poético, donde la lógica y la razón resultan insuficientes.

Sabemos ya desde Nietzsche que pensar no es sistematizar sino realizar la experiencia de los límites o de la alteridad. Igual que Foucault, Zambrano se aleja de cualquier acercamiento continuista de la historia. El pensamiento se abre ahora a lo impensado, a lo impensable, a la alteridad, al silencio, al inconsciente, a la poesía, pero desde la aceptación de la proliferación de las diferencias. Es la instauración de un nuevo diálogo, donde el límite marca un lugar otro, un lugar para lo otro. Así lo dice Zambrano en Lo escrito: “Pues que los guardianes del cerco lo son de la continuidad, de la continuidad del cerco”.

En este ámbito debe entenderse su ensayo sobre lo escrito:


Lo escrito, escrito está. Más no todo ello indeleblemente. Se borran los escritos por sí mismos, o por obra de las circunstancias. El clima, la atmósfera misma, algún polvillo que cae del cielo borra lo escrito: títulos, inscripciones, sentencias caen. Mientras dura un ciclo histórico hay palabras que permanecen en una determinada visibilidad y que corren de boca en boca; son los tópicos de esos siglos.


Dentro de la filosofía de María Zambrano la realidad de mí ser mira de una parte al pasado y de otra al futuro preciso y concreto, llamado destino. El pasado es el que borra lo escrito desde sus raíces llamado “polvo primario”. La palabra, que viene más allá de la memoria, une las vivencias personales y el conjunto vivencial de la historia. Es un pensamiento para nada ahistórico, como otros, a los que odiaba Nietzsche por su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir. “Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, cuando hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió nada real”.

En contravía de lo anterior, ser persona, afirma Zambrano, se da en la vida, en un cuerpo y en una psique; en un tiempo histórico, en una tradición y en una herencia que arrastra consigo algo de todas las fases de la historia. La vinculación del ser humano con la historia es entrañable. Sin embargo en algunos hombres se produce un distanciamiento, una alienación en la soledad, la enajenación que es lo contrario a la comunidad y a la compañía, el hombre borroso como las letras de lo escrito que caen con el tiempo.

“Sus sentencias, por lo tanto, son condenatorias por lo general”, nos dice a continuación y esa instancia se llama olvido. Y sin embargo afirma Zambrano que también hay “palabras escritas, se repiten, apaciguadoras y sabias, que marcan el límite, un cerco vienen a formar todas ellas que muy pocas gentes trascienden”. Palabras que recogen no sólo el pasado histórico, sino incluso todo el proceso de la vida. El límite nombrado por Zambrano es la zona del sentir originario, donde los sentidos, la sensibilidad sensorial y el sentimiento, aparecen todavía unidos, una clara influencia de Leibniz, quien con su idealismo dinamista estudió la problemática del ser y el tema de las ideas innatas. Frente a la concepción mecánica de Descartes, afirmó el dinamismo espiritualista, y en oposición al determinismo metafísico de Spinoza, sostuvo que el orden es libertad.

Cuando María Zambrano en el texto Lo escrito, sostiene que las piedras o las letras abandonadas, sin canto designado, “fantasmas, seres en suma que permanecen quizá condenados, quizá solamente mudos en espera de que les llegue la hora de tomar figura y voz”, hace evidente la influencia de Leibniz, porque según asevera en su libro Filosofía y poesía: “En cada criatura vulgar está el misterio del ser y el de la creación entera. En verdad, aquel que llegara a penetrar enteramente en la existencia de la más deleznable criatura del mundo habría penetrado en todo el mundo”.

Desde su perspectiva, Zambrano le da la función a la inspiración de alterar las cosas, sacarlas del cerco continuo tendido por la razón, lugar donde lo contrario sería la discontinuidad de la inspiración y de la historia, pues la realidad se entiende como una multiplicidad dispersa sin posibilidad de sincronización. Los hechos ya no coinciden en el tiempo, la historia no posee un aspecto estático, realidad que se organiza en un juego de identidad y diferencia, de lo mismo y de lo otro. El establecimiento de lo otro, lo exterior, como parte íntima de mí mismo, obliga a pensar de otro modo, como cuando Zambrano prosigue en su ensayo:

¿Será quizá la discontinuidad de la historia la que llame a la inspiración que infatigablemente se reitera, y no siempre sin sobresalto? Es lo escrito lo que hace la historia, según se nos dijo. Y así, por ejemplo, las piedras aún en círculo prodigiosamente erguidas y acordadas, no son historia. No hay historia sin palabra, sin palabra escrita, sin palabra entonada o cantada.


De hondo calado metafísico, la palabra de Zambrano es múltiple y única, pues sus raíces ocultas velan y desvelan un ejercicio profundo del misterio, la alegoría y la metáfora con sus significados ocultos e intensos. Aquí recordamos a Wittgenstein cuando afirmaba que “lo que puede ser mostrado no puede ser dicho”, el trabajo de captar el sentido más fuerte, el sentido de debajo, a la manera de Foucault. El lenguaje con su fuerza de expresión y subjetividad, la construcción de mundos posibles, porque es necesario, siguiendo al filósofo francés cuando habla de Deleuze, sustituir una lógica “ternaria” (designación, expresión, significación) por otra “cuaternaria” que tenga en cuenta el sentido como acontecimiento de naturaleza metafísica. El verbo como tal y escrito también, desde la propuesta del texto en cuestión, habla de ese carácter incorporal y aconceptual de lo que acontece.

Zambrano se une a los filósofos escépticos que en lugar de repetir conceptos uniformes, homogéneos e incólumes, conciben la diferencia a través de la ruptura y de la disyunción. Interpreto, a partir de María Zambrano, que la escritura entra a la experiencia de la dislocación y el alejamiento, porque la palabra escrita busca un espacio imaginativo, explora rupturas, pero al tiempo teje continuidades y conexiones.

Ruptura, porque la escritura irrumpe en un espacio de posible error, indeterminación y equívoco, pues según Blanchot, no sobrevive un sentido último, ni verdadero, ya que éste se encuentra desestabilizado. A pesar de la poca consistencia de lo escrito y de la voz, existe un misterioso espíritu que sostiene a la palabra, abarcadora de sentidos, entendimiento, fuerza sugeridora, la palabra que puede mover la historia o la emoción de una multitud.

Coincide con Foucault, cuando éste afirma que “Hay muchas otras cosas en el mundo que hablan y que no son lenguaje. Ante todo se podría decir que la naturaleza, el mar, el murmullo de los árboles, los animales, los rostros, las máscaras, los cuchillos en cruz, hablan”.

O en Lo escrito, de María Zambrano, cuando pregunta:

Habrá entonces otra cosa que habríamos de conocer, o simplemente señalar, sin referencia alguna a la historia, para indicar así con ello nuestra ignorancia invencible, nuestra exclusión. Y la perplejidad en que nos sume cualquier vestigio de su existencia, y su simple existencia misma, que puede equivaler en ocasiones, a su presencia. ¿Y aquella piedra tan igual a las otras, no podría ser ella, ser la que canta? Pues que en las piedras ha de estar el canto perdido. ¿Y no podrían ser aquellas, estas piedras cada una o todas, algo así como letras?

Y de acuerdo con Víctor Manuel Pineda:

De las ruinas nace un memorial vivo de la cultura. La relevancia de esta especie de documento encarnado en una piedra radica en que, habiendo superado las pruebas que la historia y la naturaleza le han antepuesto, sobrevive para confesar aquello de lo que ha sido testigo. María Zambrano ubica sus interrogaciones al pasado en el contexto de la relación entre la naturaleza e historia (…) Desnudar el significado de la piedra derruida comprometer a dialogar con las generaciones que las levantaron”.

Según el pensamiento anterior, reflexionar por el pasado tiene como propósito ver en los vestigios de la “arrogancia y la derrota”, manifestación y testimonio de una antigua expresión, metáforas en potencia que aguardan su hora de tomar figura y voz, fantasmas, seres emparentados con las palabras, piedras no escritas que “en medio de la historia escrita aparecen y se borran, se van y se vuelven por muy bien escritas que estén; las palabras sin condena de la revelación, a las que por el aliento del hombre despiertan con vida y sentido”, como reza una expresión de Zambrano.

Palabra primera, germinal e interior, fuente de todas las demás palabras, según la idea platónica, única, desplegada en todas las direcciones, a través de una pluralidad de ideas, cada una de las cuales permanece distinta. La realidad anida, como núcleo secreto y profundo, un pensamiento, una palabra de la que la palabra dicha o escrita es sólo reflejo transitorio y huidizo. La palabra presentida que emerge del interior de todo lo creado, desde el silencio, antes del lenguaje, antes de la historia. Y allí, en esa zona del sentir primordial, tiene su raíz la palabra. La palabra escrita se cosifica y se fosiliza pero algo de su espíritu móvil permanece en ella. Porque “las palabras de verdad y en verdad no se quedan sin más, se encienden y se apagan, se hacen polvo y luego aparecen intactas; revelación, poesía, metafísica, o ellas, simplemente ellas”, dice Zambrano. Es la palabra oculta que orienta nuestros pasos hacia el destino, palabra pensamiento y semilla, palabra misteriosa, germen, palabra que va despertando lentamente a la existencia dramática, la palabra vigilante que nos constituye y nos define, esas “letras de luz”, profecías de libertad.

El hombre con la palabra recupera la experiencia original de la escritura, pasión de lo incierto, desafío de la razón, resistencia a la razón y a las posturas mecánicas y anquilosadas, resistencia a la sequedad del entendimiento.

Son las palabras de la inspiración, lejos de la conciencia como “habitantes del cerco”, de los fosilizadores de la palabra y con ello de la historia, ya que “no hay historia sin palabra, sin palabra escrita, sin palabra entonada o cantada”, y sin música la palabra decae y se hace piedra y no palabra privilegiada, acompañante y cómplice del hombre, otro habitante de su mundo compartido.

Revela Zambrano, entonces, un rompimiento con el antropocentrismo y el narcisismo, ya quebrados por Newton, Darwin y Freud, o sea, la inclusión de los demás seres a nuestra tarea de interpretación, cuando el yo férreo es capaz de trascender hacia los demás y hacia lo demás, ese yo que se separa del sujeto mismo, y se revela, se desdobla, constituyendo una exterioridad que se refleja en los otros. Pero es la cosa convertida en objeto, la piedra inerte, inmóvil y neutra, se torna letra, es decir objeto con valor de uso, función social, cultural y poética, la piedra como metáfora de la condición humana. El objeto así, incorporado al hombre, crea sus propias proyecciones fantasmagóricas o espectrales, superando las ideas de la razón práctica que desembocaron en el juicio del sujeto absoluto.

El yo cartesiano-kantiano se diluye hacia un phatos subjetivista, gracias al extrañamiento, aquella capacidad de identificarse con el yo que crea pero al tiempo saberlo exiliado y así rehusarlo, rechazarlo, sentirlo transitorio, extranjero, fuera de sí mismo. El yo está presente y ausente simultáneamente, lo reconocemos pero debemos extrañarlo a través del distanciamiento necesario. La palabra plasmada, vertida, ya no me pertenece, deja de ser realidad primera para hacerse otra realidad mediante la fascinación, la magia que crea fantasmas y un deseo que convierte la vida en literatura y en filosofía.

Aspiración lograda porque tomamos posición frente al otro, cuya ubicua presencia impregna la esencia de lo real. Alteridad donde, según Todorov, el hombre se capta a sí mismo “desde el punto de vista de los otros”, y no desde su propia conciencia, incapaz de convertirse en sujeto observador y objeto observado al mismo tiempo:



El ser mismo del hombre (exterior como interior) es una comunicación profunda. Ser significa comunicar. Ser significa ser para otro y, a través de él, para sí. El hombre no posee territorio interior soberano, está enteramente y siempre sobre una frontera; al mirar al interior de sí, mira en los ojos del otro, a través de los ojos del otro.



Entendiendo el otro como también lo otro, todos los seres que nos rodean y son susceptibles de ser leídos, es decir, interpretados.

Detrás de la escritura sospechamos al otro, la presencia de otro, lo que hace factible que la realidad se convierta en poesía y ficción de un mundo ajeno y exterior a mí. Dicha ficcionalización o escritura se lleva a cabo a favor de otro, sea sujeto u objeto. Toda escritura debe orientarse en función del otro, sabiendo de antemano que cada uno de nosotros no somos una totalidad cerrada y excluyente, y que alrededor existen mundos diversos como conjuntos íntegros. Acordémonos de las palabras de María Zambrano:

De la soledad, de la angustia, no se sale a la existencia en un acto solitario, sino a la inversa, de la comunidad en que estoy sumergido salgo a mi realidad a través de alguien en quien me veo, en quien siento mi ser. Toda existencia es recibida.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS



-Bajtín, Mijail. Problemas de poética de Dostoievski, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.

-Blanchot, Maurice. El espacio literario, Paidós, Barcelona, 1991.

-Foucault, Michel. Nietzsche, Freud, Marx; Eco, revista de la cultura de occidente, julio de 1969.

-Pineda, Víctor Manuel. Padecer y comprender, ensayos sobre María Zambrano, Verdehalago, México, 2003.

-Todorov, Tvzetan. Nosotros y los otros: reflexión sobre la diversidad humana, Siglo XXI editores, México, 1991.

-Zambrano, María. Claros del Bosque, Seix Barral, Barcelona, 1990.

Filosofía y poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

Lo escrito, Magazín Dominical El Espectador, #591, 28 de agosto de 1994.

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