domingo, 8 de marzo de 2009

LA PIEL DE LOS TECLADOS/ Nana Rodríguez




La plaza es un escenario de la ilusión
para un cuadro de Chirico
con el paseo de las sombras que crecen
hasta tocar las escalinatas de la catedral
inmensa de soledad y piedra.

Una lluvia de hojas doradas
ha caído sobre mis hombros
¿será el advenimiento del otoño
o los dioses que nos quieren brindar
una prueba de la levedad en nuestras vidas?

El sol declina su luz sobre las baldosas
empiezo a desandar los pasos de este día
y desde el silencio de los balcones
pido a las estrellas
proteger esta ciudad con murallas invisibles
mientras mis ojos duerman.


*

En el piso más alto de los días
he abandonado la costumbre
de acariciar las calles y la gente
de salir con la bufanda a cuadros
para arrebatarle al atardecer
esa tenacidad de los inviernos.

La memoria es una anciana
con su bolsa de imágenes:
la prisa con la que se pierden los rostros
el desgaste de los ojos
los pájaros quemados por la luz refractaria
de los parques de cristal.

La ciudad es una puerta de doble filo
entras o sales a merced de tus pasos
la recorres como a un bosque
sin poder encontrarte en aquel bosque.





*
Los habitantes del destierro se refugian en la ciudad
como si fuera una madre que abastece los deseos
simulan israelitas que en tiempos bíblicos
creyeran en una tierra prometida.

Deambulan con su retazo de hogar que ya no existe
la guerra ciega los ha enviado a trasegar por la incertidumbre
del asfalto y del ruido como gitanos sin carreta y sin destino.

Las mujeres disminuidas sobre aceras, con sus hijos en el regazo
pregonan su condición de miedo y desalojo
invocan a un dios que quizá haya perdido los oídos.

Monedas que tintinean en sus manos proveen el pan
sus ojos alucinan tras el humo de la ciudad:
loros y garzas, palmas y esteros
lluvia limpia y generosa, no esta lluvia de ciudad
hecha de amargura que se convierte en frío y lodo.




*
Con la cabeza entre las manos
me hundo en la oscuridad
echo las redes para buscar imposibles
en el reino del secreto.
Mi cuerpo se empapa de corrientes
al atravesar el umbral
lleno mi alacena con especias y granos de ámbar
ofrenda para el ojo y el oído ávidos del milagro.
Mis dedos oprimen los párpados ciegos
iluminados por revelaciones
pluma de ángel o grito de tiniebla
acertijos encadenados por un suspiro
durazno de la luna que palpita
en la noche de los conjurados.




*
El gato duerme y se cierra sobre sí mismo
el tiempo no existe para su sueño de veinte horas
mientras mi alma lo observa en la vigilia de las tardes.
Me detengo ante sus ojos que no parpadean
y pienso si el misterio está en esa quietud verde
en la perfecta simetría de su movimiento,
quizá deambulas por palacios del antiguo Egipto
o pisas como una bailarina las huellas del abismo...
¿Acaso sabes de la noche de los despojos
o las hogueras de la Inquisición
cuando los cuerpos eran brasas que se extinguían bajo el cielo?
¿Qué sabes de mí, cuando me rozas en silencio
y te arqueas como una sinfonía de piel bajo mis manos?



*
El sonar de gotas sobre los cristales
es una caja de resonancia
que despierta las palabras,
como un imán se adhieren a la luz
y giran como hélices del deseo
en tierras baldías por el amor.
El aguacero desgrana su arsenal de sueños
un caudal de luna se desborda sobre el cobertizo
mientras mis manos parpadean ante las páginas
en búsqueda de músicas y sustancias intangibles.
No basta el canto de las sirenas
para que la nave ancle en aguas profundas
mi devoción está más allá
de los signos y las voces
los instantes se encadenan sin dilación
alrededor de la poesía.
Afuera llueve.


*
Apuntar a un firmamento
mientras un pájaro regurgita las horas
al filo del amanecer.
Tengo todas las armas entre mis dedos
y este dispositivo que dispara signos
de izquierda a derecha
palabras que quieren significar
a riesgo de un tiro de culata.
Apuntar hacia el centro del corazón
sembrar girasoles
en su carnosidad esquiva
la pluma es una granada que florece
la espada: un filo que provoca.


*
Un paisaje de dunas es el tiempo
las arenas de hoy no guardan la semejanza
con el ayer, que reunidas suelen ser el conjunto
de todos los instantes.
La fina arena entra en mis ojos, esa persistencia del deseo y la mente
no deja ver la pequeña rama que florece en el café de una tarde
cuando las voces adquieren el tono de la confesión
ante la inmanencia secreta del porvenir.
El reino del encuentro yace en la onda que se dibuja
sobre las crestas de los médanos tocados por el sol
el goce es su único imperativo antes de la devastación del viento
antes de las certezas que anteceden la muerte..
entonces,
¿qué sentido tiene desperdiciar la sangre en faenas inútiles
en acumulación de bisutería y abrazos al vacío?



*
Inaugurar el día con una oración y dar gracias
por el canto de los pájaros, visibles en mi oído
abrir la persiana y ver que las plantas vibran
sin alterarse por las hojas que han perdido
saber que en el lugar más apartado de la conciencia
miles de soles respiran al unísono
como partículas del universo impredecible..
Repetir las ceremonias del rostro ante el espejo
con sus letanías de evidencia y realidad
hacer el lavatorio gentil de los sentidos
otros fueron los hábitos de ayer, otras las miradas
el cuerpo cubre su verdad con otros cuerpos.
El día pasa y con él las marcas en el agua.


*
Es el momento de la emigración
los campos antes preñados de lilas
se han convertido en estepas
donde sólo florecen lobos afilados.
Iré a tierras más benévolas
me uniré a la estampida de las gacelas
y haré de la perseverancia un escudo
para alcanzar los abrevaderos
que alguna vez me prometieron.
No habrá tregua, cerraré los ojos y los oídos
a la asonada, las piedras no alcanzarán mis frutos
haré del silencio la mayor fortaleza
y oficiarán de centinelas los versos
que noche a noche mastico sin pudor.
Es el tiempo de los refugiados.




Selección de poemas del libro inédito “La piel de los teclados”, de Nana Rodríguez Romero, Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía, 2008

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