sábado, 24 de mayo de 2008

ANTONIO ACEVEDO, CRONISTA DE LA LLUVIA



Por Claudio Anaya
Tal vez Antonio Acevedo sea el poeta más convencido de su oficio en nuestro medio, una disciplina inamovible lo ha conservado fiel a su ejercicio literario a lo largo de varias décadas, tal vez la única fidelidad que ha observado en su vida; consignar con paciencia de cronista del mundo y de sus cosas sus vivencias o su visión de la vida, filtrando los hechos, los conceptos y las imágenes a través del deseo de configurar o consolidar una obra literaria ambiciosa en la medida en que trabaja una infinidad de temas en su poesía, y se asoma a los temas universales y a la gran cultura con la confianza que debe tener un escritor con respecto a estos trajines.
Ha publicado cuatro autodenominadas antologías poéticas: Arte erótica en 1989, Los Girasoles de Van Gogh en 1999, Atlántica en 2005 y En el País de las Mariposas en 2007; además de una serie de plegables y folletos en los que ha resaltado otros perfiles de su trabajo; publicaciones que han sido extractadas de una colección de tal vez más de once libros de poesía. Escritor prolífico del cual hace algunos años otro colega, nuestro Kipling boyacense, al enterarse de su fecundidad literaria dijo; “a Antonio hay que conseguirle trabajo o amarrarle las manos”.

Su principal medio o recurso expresivo es una suerte de monólogo asordinado que nos recuerda el sonido de la lluvia y en el cual el lector va encontrando encastadas las perlas de algunas imágenes, delicadas y tiernas algunas como en su poema Al paso de mi mano sobre tu pelo:
Al paso de mi mano
sobre tu pelo por mí
cuerpo sobre tu cuerpo
estremecida te abres
como un cielo despejado
en donde acaba de cesar
la lluvia que hace dibujar
el arco iris en la tarde
húmeda y respiro bajo
su arco como reposo
bajo tu cuerpo cuando
he llovido dentro de ti.
Y audaces y hasta procacez otras, de marcada tendencia erótica como en su poema La Hierba púbica:
En el origen del vértice
de sus muslos como tierno
follaje nace la hierba púbica
que alucina como amapola
y conjura olorosa como una
misteriosa flor nocturna
acaríciala con mágica ternura
y ámala con secreta dulzura
que ella es la hierba púbica
en donde aflora la rosa
carnívora que hermosa devora
como el cielo a la noche.
Otro poeta en nuestro medio, hacía énfasis en que la poesía no es un género sino una materia, un éter o una substancia común a todos los géneros y sus híbridos, y que a lo que llamamos poesía deberíamos llamar poema; como decir cuento, relato, ensayo, o novela. Ahora bien, toda obra literaria de valor en cualquier género debe tener ese voltaje o atmósfera poética, que dicho de otra forma, son esos alcoholes de la nostalgia destilados en las palabras por nuestro espíritu, es ese ámbito creado conjuntamente entre el autor y el lector. Los tiempos cambian y con ellos los géneros literarios evolucionan. Hoy en día tienden a borrarse los límites entre los géneros, y un ejemplo característico son estos poemas de Antonio Acevedo que se originan en una anécdota y con una base narrativa, de ahí su monólogo que se centra en el discurrir de la memoria del Voyeur (del observador o el mirón; o como menciona Mario Rivero en uno no sus poemas: “Soy un cuenta cosas, soy un humea cosas”) y que pasan luego a la revelación de la imagen.

Los poemas de Antonio nos dan un paseo por la memoria de la cultura, principalmente por la historia de la literatura, que encontramos como esos comentarios ya sabidos y que por cálidos es bueno volver a comentar para recordar, y que sé que son tenidos por él, como el sustrato fecundo, el subsuelo nutricio de la cultura y del cual emana la vida espiritual, la actitud civilizada y la confianza en la razón.

Casi todo lo que nos dice en sus poemas, es visto tras el cristal de una ventana empañada por la lluvia o tras la cortina del tiempo, como en su poema Guevara, en memoria del Chè.

Bajo su boina su
melena la agita
el viento con su barba
entre el humo de un puro
que se fuma con una
mirada intensa que como
en un cuadro de Da Vinci
yace vivo en la memoria
que arde con sus fuegos.
Su corazón se oye aun
latir en el futuro.

Poesía de estirpe intimista y solitaria que se desgaja como una conversación anónima que flota en los vapores de la tarde y en las penumbras de la casa, que habla de la soledad en medio del ruido del mundo, y de la necesidad que tiene el hombre contemporáneo de reconstruir su vida, así sea contándosela el mismo.

Escrito con el Navegador Flock

jueves, 22 de mayo de 2008

LA ESCRITURA EN TIEMPOS DE OBSCURIDAD/Elmer Hernández





Por Elmer J. Hernández E.


Según Peter Sloterdijk el Humanismo del Renacimiento fue posible gracias a una inusitada amistad pactada entre hombres sabios, y expresada mediante un invento antiguo: la escritura. Constituida en el medio por el cual esos hombres se encontrarían para torcer los destinos de la cultura, la escritura hizo posible lo que jamás pudo ser en la Europa Medieval, y fue el meticuloso ejercicio del observar, el sencillo hábito de la reflexión y la libre circulación de las ideas, más allá de las fronteras territoriales, por encima de las lenguas ya configuradas y pese a los violentos estertores de un sistema en decadencia.
Cada sabio del renacimiento se entregó al hábito de la escritura, convencido de que otros en ese momento hacían lo mismo en diversos rincones de Europa: escribir textos extraños sobre una realidad que de la obscuridad emergía rejuvenecida ante los sentidos y el intelecto. Y muchos de ellos, sin llegar nunca a conocerse, se pusieron en contacto mediante los textos escritos, y así vivieron el asombro deparado por cada obra nueva y se admiraron y se agradecieron los unos a los otros y permitieron que fluyera tranquila y contundente esa bella complicidad que suele surgir entre quienes buscan el saber con sinceridad y desenfreno.
Y así, estos hombres iniciaron un tejido de conversaciones escritas que habría de modificar la cultura medieval y abriría la senda de los tiempos modernos, de modo que de su trabajo, y volando de mano en mano, la Europa Occidental conoció extrañas obras que, a modo de epístolas, tratados, obras líricas o relatos fabulosos, ensayaban sobre la filosofía, la ciencia, las artes y la literatura, en una época en que aún no se sabía bien qué hacer con los últimos remanentes de oscuridad medieval.
En esos tiempos era posible tropezarse con textos que versaban sobre nuevas configuraciones del universo fundamentadas en las leyes físicas, sobre inusitadas edificaciones del estado y de la convivencia, sobre los asuntos de dios y los asuntos de los hombres, sobre la enigmática naturaleza de los hombres y la digna y orgullosa condición humana; pero también sobre extraordinarias utopías donde la felicidad era posible, y cuyos alientos aún acompañan a quienes buscan nobles ideales. Pero esos logros se le debieron a la escritura, una escritura que no tardaría en navegar hasta el Nuevo Mundo.
Desde entonces, innumerables acontecimientos se han confabulado para desmentir las pretensiones humanistas del Renacimiento Europeo; muchos de sus propósitos son ahora polvo de la historia o cómico material de nostalgias; y sin embargo, a pesar de ello, quizá lo único que persevera inamovible es la necesidad de la escritura en tiempos de obscuridad. Esa fue, quizá, la mayor lección que nos legaron dichos humanistas, esos amantes de la vida y productores incansables de saber y de conocimiento.
No se trata, por supuesto, de volver al Renacimiento Europeo; no se trata de desempolvar humanismos imposibles; no se trata de redescubrir las leyes que rigen lo existente; no se trata de devolverse en el tiempo ante el pánico que produce el presente, ante la frustración de los sueños malogrados y ante la impotencia que adviene en mitad de una tragedia cerrada en sí misma y en apariencia carente de solución.
De lo que se trata es de volver a esa escritura fraguada en una renovada visión del mundo, del hombre y de la vida, mundo, hombre y vida inmersos hoy en la obscuridad de fieros dogmatismos. Una escritura que retorne al primigenio nido de las preguntas… Hoy se hace necesario volver a las preguntas originarias porque en todos los labios aparecen respuestas que no responden a pregunta alguna.
Pero también se requiere volver a una escritura libre de las ataduras de toda clasificación: los géneros literarios no son fines sino medios de que se vale la escritura para hacer posible la reflexión propia de la filosofía, de la ciencia y del arte. Y eso también lo entendió el hombre del Renacimiento que nunca supo con exactitud si lo que escribía era un tratado o una fábula o un relato… Él tan sólo ensayaba. A propósito, debe decirse que hoy tampoco los géneros tienen fronteras por cuanto sólo son expresiones de la escritura. ¿Acaso es posible perseverar en la falsa creencia de que hay fronteras nítidas entre la filosofía, la ciencia y la literatura? Filosofía, ciencia y literatura le deben su sentido a la escritura.
Así, pues, hoy cuando la escritura está en peligro de ser asfixiada por toneladas diarias de información, cuando la información ha substituido al saber y al conocimiento para erigirse en una verdad hecha de tinieblas, y que, por tanto, no ofrece concesiones, la luz de la escritura se torna inaplazable… La información no sólo agrega sombras a la ceguera sino que separa a los hombres y a los pueblos y los torna irreconciliables. Por eso se requiere volver a la amistad que provoca la escritura, ese infinito espacio de los buenos encuentros donde el hombre no se muere de envidia ni de miedo sino que vive gracias al asombro que les suscita la verdad del otro, tan distinta a la suya y sin embargo tan edificante y sugerente de una nueva escritura.
Sobre esos criterios pretendo esta noche ofrecerle a Ibagué un libro de relatos y que ya el Magister Leonardo Monroy tuvo la gentileza de presentar. Sobre ese libro sólo quiero señalar que su propósito es el de mostrar mundos posibles, el de señalar sensibles aspectos de la enigmática condición humana y el de contribuir al afianzamiento de esa amistad que surge de la buena lectura. Como el libro de Cuentos INTERSTICOS, que tuve la dicha de ver publicado en 2003 a través de Germinar Editores, este libro es el producto de la amistad y va dirigido a la amistad, dedicado, por supuesto, a esos espíritus nobles y siempre abiertos a lo más humano del hombre… Espíritus de hombres atrapados para siempre en la escritura y espíritus de hombres atrapados en la dinámica de la conversación cotidiana y, en fin, espíritus humanos que a través mío hoy hacen posible La calle del capitán.



* Discurso leído en el lanzamiento del libro de relatos LA CALLE DEL CAPITÁN, el 10 de Abril de 2003 en la Biblioteca Darío Echandía de Ibagué.
Escrito con el Navegador Flock

¿Cómo se lee un poema? / Hugo Padeletti

Pido perdón por estas tres hojitas que voy a leer. Sé que la expresión improvisada es más vívida, aunque menos exacta, pero en est...