sábado, 11 de octubre de 2008

¿LA LITERATURA DE LA DESESPERACIÓN?/ Gabriel Arturo Castro



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Quisiéramos que la poesía, como lo pensó alguna vez Bretón, dejara de ser un acto puramente literario para transformarse en un medio que explore los mundos ocultos y convoque lo que, hallándose dividido nos separa: la vigilia y el sueño, la realidad y el ensueño, lo objetivo y lo subjetivo, el pasado y el futuro, la vida y la muerte. Si Valéry concebía a la poesía como “el arte del ocultamiento”, Mallarmé por su parte miraba al poeta como el adivinador que reunía bajo su mano y en el último lugar del espíritu todo el misterio. ¿Qué misión le confería al escritor?: “Establecer las identidades secretas mediante un par que corroe y gasta los objetos en nombre de una fuerza central”.
Preferible el vidente que trastornaba todos sus sentidos, mejor el poeta vehemente y grave, el de la exacerbación y exaltación extrema “hasta el fin de lo posible” y no aquel que ofrece un mero juego de artificio o un trucaje literario. Ardid donde asistimos al reino de la indecisión, entendida ésta no como la ambigüedad propia del lenguaje poético, sino como la duda a manera de irresolución, titubeo de un conjunto de textos que jamás alcanzarán el hecho poético, su gesto. Porque allí existe una falta de dominio del oficio, una ausencia irreparable de la pulsión que lleve a una expresión de riqueza lírica y estética, la intrincada interpretación de una realidad y la creación de otra sólida llamada obra de arte.
Pero hoy encontramos, casi siempre, una suma de improvisaciones, palabras sueltas, trazados efímeros y fugaces, débiles instantes de una existencia ilusoria (no imaginativa ni fantástica), mera reproducción de sucesos intrascendentes, imitación circunscrita a la realidad aparente de las cosas, por demás caótica e incoherente de un poeta malo e inmaduro, y no como la creación artística de una nueva criatura, tal como lo afirmó T.S. Eliot:
Los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban; los malos poetas desfiguran lo que toman, y los buenos poetas lo convierten en algo mejor, o, al menos, diferente. El buen poeta coordina en una unidad nueva de sentimiento completamente distinta de aquella de donde fue arrancado; el mal poeta lo arroja dentro de algo que no tiene cohesión.
Se dibuja un callejón sin salida: escritores que renuncian al culto del lenguaje y se consagran a la palabra convencional. Confundidos arriban a la oralidad útil, a la homogeneidad de una sociedad que remedan en su pragmatismo. Esta literatura de transcripción ignora que hace tiempo el arte descubrió su autonomía, alejando todo servilismo impresionista en su afán de transformar el mundo desde la alternativa del espíritu y la humanización. Lástima de las escrituras que realizan todo lo contrario: la deshumanización, el facilismo, el engaño, la simulación, la somnolencia del mundo por medio de la fogosidad sin sentido, divertimentos, ejercicios forzosos, especulaciones verbales, visión segmentada de la realidad, entonación decorativa e irreflexiva.
Claro que alguien podría argumentar un experimentalismo literario que contamina géneros e infringe reglas, o realiza rupturas con la tradición, y en lugar de confusión hable de una inexistente polisemia y achaque la modalidad de los textos al mote de postmodernistas, espacio multidimensional y resbaloso, en el cual, según S. Gablik: “Todo va con todo, como en un juego sin reglas (...) y el significado se convierte en algo desprendible. Sus interacciones fluctuantes pero no recíprocas son incapaces de fijar un significado”.
Los montajes, collage y fragmentos incoherentes (sin filosofía pero desbordantes de ingenuo exotismo o cosmopolitismo) no bordean ni siquiera el pastiche como acción de extrañamiento y efecto paródico o satírico. Esta acumulación de palabras no desacraliza ni ofrecen ruptura o crítica alguna, ofreciendo por el contrario, una gran superficialidad.
Con razón Oscar Wilde se anticipó a exclamar: “Vivimos, lamento decirlo, en una época de superficies”. Época de pliegues anecdóticos, sin tensión, sin conmoción ni percepción poética, prosaísmo y retórica que aniquilan el hecho poético; fórmula que al repetirse “degenera en mecanismo y pierde su prístina eficacia, se vuelve receta y engendra una retórica”, al decir de Pedro Henríquez Ureña.
¿Literatura de la desesperación, afán del aplauso snob?
Gabriel Arturo Castro Morales, poeta y ensayista colombiano.

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