miércoles, 17 de octubre de 2007

MEMORIA PRENATAL / Sobre un libro de Gabriel Arturo Castro


(Para una lectura de Tierra incógnita)*
Álvaro Marín
La escritura, como forma de la memoria, es también un ejercicio de transportación en el tiempo y en el espacio, pero hay otro elemento de la memoria que se construye en una dimensión independiente de tiempo y de espacio y es el inconsciente, en donde permanece el arquetipo en su forma de imago. A través de los sueños muchos han buscado la dimensión primera del mundo humano, otros a través del lenguaje ya sea hablado, escrito o pictórico, pero hay quienes se aventuran a través de las láminas difusas del inconsciente, sin temor a perderse en su amnios prenatal, y ese es un ejercicio de la memoria que va más allá del sentido histórico y de las coordenadas cartesianas. La poesía como médium de la imago encuentra en el chamán a uno de sus mensajeros. Entre las convocadas fuerzas chamánicas y el trabajo del hombre en el tiempo, la poesía encuentra sus signos, pero el tiempo de la poesía es siempre tiempo presente, la más recóndita memoria se hace atávica a través de la fuerza expresiva de la poesía, o del hombre mago, hombre sin magia es hombre mutilado.
La escritura que trabaja el signo profundo rehúsa las descripciones y prefiere presentar una atmósfera, una noción, un sugerimiento, en donde siempre está la presencia que le de fuerza. La representación que es también el mundo conocido –los elementos juegan siempre a la representación- en su insistencia de ser apreciado por la entera visión, el arte es esa visión no lineal en donde aparecen las otras dimensiones que acompañan siempre tiempo y espacio y que se hacen invisibles sólo por el acostumbramiento de la visión fija, lineal, plana, en donde no es posible apreciar más allá que el objeto en sus miseria física, el objeto descoyuntado de su raíz. El objeto es también signo, presencia, con lo que a su vez deja de ser objeto y se convierte en presencia animada, nada permanece inmóvil en el espacio.
Otro tanto cumple, en el ejercicio de la poesía -que es inherente a todos los hombres y no sólo a “los poetas”- el papel del conjuro, el hechizo, el mantra, la oración: palabras fuerzas con las que trabaja la poesía. El poeta es hechicero que trabaja sobre el cuerpo de la enfermedad del mundo moderno: si la razón cuenta y cifra, la poesía descifra, recompone y representa. Se ha señalado siempre del hermetismo su incursión en la sombra, cuando es precisamente esa incursión en la sombra una forma de develar la realidad compleja. Lo que se oculta es lo que nos completa, dirá Lezama. Los ritos cumplen con el ejercicio de la memoria y representación a la vez, el hombre construye el tiempo de ritos, la cultura es siempre ritual, la palabra es rito diversificado.
Al repetir tres veces la palabra fruto,
Las sílabas de su nombre,
El pie rompe la almendra.
La almendra buscada en el conjuro y la reiteración poética es la semilla de claridad que surge, por el desdoblamiento en reflejo, del mundo oscuro. La palabra avanza por el surco abierto, como en los ritos de la siembra, y cubre la semilla con el pie, mientras la música acompaña el coro de danzantes. Un submundo con templos, sacerdotisas, puertas secretas que están hechas de silencio y de sombra por donde ha de incursionar el trabajador de las palabras en su rito iniciático de purificación. La iniciación en la poesía es la entre visión de la parte ocultada en el edificio de la cultura, gendarme que cela en la puerta de la otredad prisionera, como castigo y larga condena ejercida contra los raptores del fuego y los viajeros y celebrantes del mundo subterráneo de donde Orfeo sigue tratando de rescatar el cuerpo de Eurídice.
Yo quisiera ingresar al templo a través de la boca
De la mujer que guarda la entrada, el acceso
A la imaginación del tiempo.
El tiempo genésico es igual para el hombre o el árbol, en la memoria prenatal, están indivisos el movimiento y el ritmo, el pulso y la música. El baile y la danza son las primeras pulsaciones del tiempo, aun en latencia, todavía en la semilla, y la cultura se construye sobre las ruinas vivas de esa vieja memoria, la cultura es la reflexión en la luz que se emite desde el tiempo oculto; en ese campo tenso entre la sombra y la luz, entre el tiempo genésico y el tiempo habitado, propiciado por la danza y el canto, surge el trazo de la escritura, primero como signo, luego como imagen. Lo irrefutable de la poesía nace de esas dos fuerzas en tensión:
Pero el destino está aún pegado a la cáscara:
No saldrá como la flor que nace del centro de otra.
Leemos dos versos raptados del mundo secreto, el mundo innombrado que permanece en el lado oscuro, en un ocultamiento de la palabra que quiere, por paradoja, exponer a la luz la otra parte ocultada. Poner en común es exponer los signos del submundo al sereno de las primeras luces del sol presente, de allí la singularidad de la poesía, su trabajo silencioso y tenaz sobre la resistencia de la materia.
*Libro de poemas de Gabriel Arturo Castro. Premiado en el concurso de poesía Carlos Héctor Trejos, 2007.

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