sábado, 11 de agosto de 2007

POEMAS DE LEÓN DARÍO GIL RAMÍREZ




1

ENCARGOS

(Poema recogido)
Todavía quedan, no traiga papas;
dos atados de panela de buen color;
una de fríjoles, fíjese que no estén picados;
una caja pequeña de maizena de vainilla;
un kilo de azúcar de la nueva;
avena Quáker en hojuelas;
café del de siempre;
una libra de lentejas de empaque azul;
jabón de olor para el cuerpo, todavía hay para la ropa;
canela en astillas;
azafrán el Buen Gusto, ese, dos papeletas;
cominos en bruto;
una caja de caldo, pero del otro;
aceite cero colesterol, un frasco;
la veladora verde para el Tadeo de la cocina
y la blanca para el Niño de la sala;
si no es de durazno, no traiga gelatina;
chocolate amargo;
velas de las grandes, un paquete, amarillas;
doble hoja, que sea Scott, un rollo;
no se le olviden las aromáticas suyas;
fósforos que no pierdan la cabeza;
vinagre de manzanas, eso es barato, un frasco;
un tubito de pega fina para pegarle el cuello al cisne del chifonier;
para mí no me las compre con alas, búsquelas sencillas;
y un tarrito de condensada para los dos.


2

EL TABURETE

Es el más humano de los seres
que arriesgan en mi cuarto
su vida con la mía.
De mi alma está hecha la suya
de mi voluntad su voluntad vacía.
Su naturaleza es estar, manso.
Donde lo pongo se queda, dócil.
Lo encuentro donde lo dejo, esperándome.
Caviloso,
desde su inmóvil silencio
sospecha, inquiere, instiga
mi ánimo, mis dudas, mis anhelos de habitarlo.
Como el más fiel de los amigos
llana y simplemente se me ofrece,
sin reproches aguarda a que a cualquier hora llegue.
A costa de abusar de su oficio
ya, creo, se aprendió de memoria
las orillas de mi cuerpo, su peso,
las talladuras de mis huesos,
los humores que delatan lo que encierro,
las ansiedades que cruzan mi conciencia.
Son de nadie y son borregos
los que por miles se cuentan en las fiestas;
receptáculos, no más, de culos pasajeros.
Aunque apuntalen puertas
los taburetes no pueden ser sino taburetes,
aunque presten su altura de niño
para cambiar la bombilla, el bendito fusible,
limpiar el retrato
o clavar, alta, para otro santo en la pared una puntilla,
aunque sirvan de percha
para colgar los trapos que tapan la vigilia.
Del paraíso no fueron, ni serán del cielo;
de la tierra son
de donde son la sed, el hambre, la tristeza,
el cansancio y la escritura.

3


DOMINGO
Para soportar la carga de años
y espantar los perros, los bastones.
Para el camino dos bombones de coco
que compran donde don Isaías.
Como si filtrara de tristes impurezas el alma
ella, feliz, trajina por los destinos del día.
Lo que se va a untar
lo ordena en la repisa de los santos.
Apronta los aritos de cisnes.
Con la sombrilla saca a orear
la pañoleta de pájaros morados.
A la cartera café de colgar en el hombro
con un pañuelo viejo ella misma le abrillanta las hebillas.
De los chales prefiere el de flecos verdes; ese dispone.
De los dos, él escoge el sombrero gris y lo cepilla.
Las gafas de salir, donde no se le olviden, las deja.
Con los suyos enluce los zapatos de ella.
Es domingo mañana, domingo:
las palomas, la misa, los enredos de gente,
las calles por donde van
y la vitrinas guiñándoles antojos,
el escaño en el parque que con fe los espera,
las crispetas
y una oblea, para los dos, sencilla.
Se ríen unas risas, unas caricias, místicas, se tocan,
el amor que aún les queda se lo miran,
él, con la uña del meñique, le limpia una brizna de maíz,
le horma, ella, con los labios, un beso de gracias,
se oye a lo lejos, como un cocuyo, despabilarse una sirena.
Y si el silencio, acaso, no es propicio
se cuentan lo que les va contando, desde bien adentro, el alma.


4

EL INQUILINO

El semblante desmemoriado de un espejo, un Cristo,
con colores cansados
la foto de un hecho en un atrio ya lejano y triste,
sin canciones una guitarra sin cuerdas,
nieblas entre montañas en un cuadro de nadie,
de un año anónimo la hoja de un agosto,
vestigios de pasados inquilinos,
nidos de arañas
en los rotos desmerecidos de puntillas,
de un día o de una noche
las 11 y 8 varadas en un reloj de péndulo,
en un gancho de palo una muda arrugada,
el suiche mugroso de un bombillo
y el bombillo que sabe sus desvelos.
En cualquier lado, sin querencias, tiznado,
un candelabro de barro.
La cama,
a su diestra, como su retoño, un nochero,
aplastada entre papeles y libros una mesa,
donde se sienta un asiento con la horma de sus huesos.
La ventana y una puerta,
una puerta mala: mala para abrir, mala para cerrar.
No hay luz y no titila la vela.
El inquilino no está,
quizás pueda volver ahora
volver más tarde
o no volver nunca.


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