martes, 2 de enero de 2007

LA POESÍA, LOS IMBÉCILES Y EL PODER


 Por:Alfredo Medrano R.


Sería ideal que quienes asumen las riendas del poder, con pequeñas o grandes cuotas, busquen la fórmula, que ha de ser mágica, de conciliar el ejercicio rutinario y prosaico de manejar las estructuras administrativas y políticas con una buena dosis de imaginación poética.
A no ser que aceptemos que es definitivo el divorcio entre el poder y la poesía, y que el postulado de los estudiantes anarquistas de París, en los años 60, “la imaginación al poder”, no tiene ningún asidero.
Ha sido Aldo Pellegrini el que planteó reflexiones inquietantes, y al mismo tiempo poéticas, sobre el carácter irreconciliable de la imbecilidad humana con la poesía, al escribir: “La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes.
No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que por más esfuerzos que hagan los imbéciles no puede abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes”.
Desde la óptica de Pellegrini, “es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Es el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, concientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, el primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder”.
Los imbéciles, a quienes podemos llamar “pragmáticos” en la jerga neoliberal, reptan o se arrastran pero no vuelan como las aves. Reptiloides, cucaracháceos y cocodrílicos, buscan el poder en cualquier forma de autoridad.
El dinero es su principal motivación, pero también controlar toda la estructura del Estado, “desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro de los burócratas; desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo; desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía”.
¿Y para qué quieren poesía los imbéciles si les basta con satisfacer sus expectativas y necesidades más viscerales? Pellegrini no se plantea esta pregunta, pero remarca que la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse y tiene, sin duda, cierto prestigio ante los imbéciles.
“En ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada “poesía oficial”, poesía de lentejuelas, poesía que suena hueco”.
Con esta misma lógica, Mario Benedetti observó que ahora, en los tiempos del pandemonium neoliberalista y su cortejo del más rampante y grosero materialismo, los poderosos buscan salir en las fotos junto a artistas y escritores de prestigio.
No les interesa fomentar el arte y la cultura, pero sí darse el pisto de “cultos” e “inteligentes”, como si por ósmosis o rebote se convirtieran en tales con solo estrechar la mano de celebridades. Y a muchos famosos del arte y la cultura, por supuesto, también les gusta aproximarse al poder. Sin embargo, los poetas de sangre y médula siempre miran al poder con sospecha y a la defensiva.
Los imbéciles, puesto que viven en un mundo artificial y falso, basados en un poder que no pueden ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, mientras los poetas son portavoces de esa realidad que pretenden ignorar o negar. Los poetas procuran no alejarse de esa realidad, y al mismo tiempo idealizan con transformarla.
Parece que, en nuestro país, el nuevo presidente indígena conserva una coraza de inocencia que lo puede proteger de las tentaciones perversas del poder. Sería una magnífica iniciativa que, además de que su equipo de colaboradores adquiera el hábito de madrugar a las cinco de la mañana para iniciar su trabajo, como él lo hacía en las jornadas de campo cuando se levantaba con los primeros clarines de gallo, todo su entorno ejecutivo y legislativo se empape con algo de poesía.
Desde la percepción de los anarquistas del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el contacto con el poder corrompe de manera inevitable, y la poesía puede actuar como un antídoto, pero también como un prisma para enriquecer y humanizar la política y la visión del país y del mundo. Etica y estética deben ir siempre de la mano, ahora que tanto se critica que la política ha perdido todo sentido moral y de solidaridad humana y social.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo y se defiende sólo por su calidad de incandescencia. Aldo Pellegrini insiste en que sólo los inocentes, que tienen el hábito del fuego purificador, que tienen los dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad. Por eso la poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.
Algún autor decía que “la poesía existe para que la muerte no tenga la última palabra”. Esto puede sugerir que los imbéciles no tengan la decisión final sobre el destino de los inocentes. Y Edmundo Camargo postulaba que “poesía es todo lo que evita los derrumbes internos”. La poesía apuntala, pues, los andamiajes no del poder sino de la supervivencia humana en medio de la marejada y los sismos.

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